"Danos tus ojos María,
para descifrar el misterio que se oculta en la fragilidad,
enséñanos a reconocer el rostro de Cristo
en los niños de toda raza y cultura"
Juan Pablo II
TRIENIO JUBILAR

Dicha centralidad nos obliga a revisar nuestra relación con Él, el conocimiento sobre su persona, el amor que le tenemos, el compromiso de vida de cada día y el seguimiento como discípulas. Nos motiva a que le sigamos con radicalidad y sin reservas, que nos fundamos en su presencia como se funde la gota de agua en el océano, que seamos como la llamita en al hoguera de su amor.
Vivir en la centralidad de Cristo nos compromete a soltar las cadenas, apegos y poder decir como Pablo: "ya no soy yo el que vive, sino es Cristo quien vive en mi".Gal 2,20. En suma, tener a Cristo como centro de nuestra vida nos ayuda a no perder el norte, a renovar la razón por quien estamos en este estilo de vida. Si Cristo es el centro de nuestro vivir lo reflejaremos, en nuestra alegría de vida, en la fraternidad y corresponsabilidad, en la constancia de la oración personal y comunitaria, en el amor por el estudio, la formación permanente y en el celo por la predicación de lo que "hemos visto y oído", impulsándonos a buscarlo como el único tesoro, como el manjar exquisito que llena nuestra vida, como la única riqueza que opaca toda riqueza y que toma posesión de nuestra vida por siempre.
Con fraternal afecto, su hermana en Cristo.
Yolanda Caraguay.