lunes, 2 de enero de 2017

EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA RESURRECCIÓN DE MADRE ROSITA

En el primer aniversario de la resurrección de
 Madre Rosita Valdivieso Eguiguren, O.P.


Era el domingo 6 de septiembre de 2015. Esa mañana, tempranito, mientras el sol teñía de luz el   nuevo día y el viento susurraba una melodía de alabanza, nuestra amada Madre Rosita, una vez más y esta vez para siempre, aceptó la llamada de Jesús y partió al infinito.

Esta vez, su SÍ, fue definitivo y gozoso, había terminado el sufrimiento que los últimos días azoló su vida. Se fue engalanada con su hábito dominicano, resplandeciente como un ángel; serena, sonriente y tierna como lo fue en su vida.

Voló a la Eternidad como un lirio perfumado, blanco y radiante, para desde allí, derramar su bendición…



Y allá en el cielo, un coro celeste preparó una fiesta maravillosa de bienvenida. Abrieron los brazos para recibirla, nuestra Madre María Inmaculada, Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán, el Padre Jacinto Ma. Cormier y la Madre Hedwige Portalet. Y todos los seres queridos que la precedieron, celebraron con alborozo el inefable reencuentro…

Hermanos y Hermanas, hoy, al celebrar un año de su partida, quisiera invitarles a recordar a nuestra amada Madre Rosita como una mujer de fe, que encarnó cada día de su vida el Ideal Dominicano: ser portadora de LUZ.

Y así, como LUZ, queremos recordarla y celebrar su existencia:

LUZ en su vida, que diariamente buscaba hacer realidad las Bienaventuranzas del Evangelio.
LUZ en su presencia cálida, serena, acogedora, exquisitamente tierna y amorosamente sabia.
LUZ en su entrega cotidiana y oblación sutil, hilvanada con lágrimas y sonrisas, que ella, milagrosamente, transformaba en briznas refulgentes.
LUZ en sus letras y palabras, volcadas en infinitud de escritos que volaban como palomas doradas surcando el cielo y los mares, convirtiendo en belleza incluso los aspectos más sencillos de la vida cotidiana.
LUZ en la ternura sin par que derramaba a manos llenas. En su generosidad inagotable y entrega sin tiempo, sin sombra de egoísmo. En su acogida maternal y cálida cuando el frío y la tristeza azotaban el alma.
LUZ en el abrazo generoso que brindaba a cuantos eran visitados por la soledad, la confusión y el abandono.
LUZ en su mirada, en sus acciones y gestos; en la compañía amorosa que prodigaba a todos quienes iban a buscarla para abrir su alma y develar los secretos que proceden del pesar de cada día, de vidas difíciles y hechos dolorosos, únicamente guardados en el corazón y abiertos ante el respeto confidente, el consejo acertado y sin juzgamientos que sólo Ella sabía dar.
LUZ en su caridad inagotable, aquella con la que lo daba todo y sin factura. Su caridad, como un acorde de violines, calmaba la angustia y transmitía paz.
LUZ en su santidad que tenía aroma de lirios y de azahares. Una santidad que se alimentaba de horas transcurridas sin fin ante el Sagrario y al pie de la Virgen María.
LUZ en sus plegarias, en su fe inquebrantable, procedente de la certera confianza que tenía en el Amor Primero, su único Amor.
Luz en la soledad sonora de su cuartito, desde donde diariamente ofrendaba su trabajo como un cielo encendido.
LUZ que hizo de su vida una peregrinación piadosa y un signo de Epifanía…
Sí, queridos hermanos. Aunque todavía duela el vacío de su presencia, y aunque el eco de su voz aún resuene en los pasillos de su amado convento y en la vida de quienes eran parte de su propia vida, no olvidemos su Luz que ahora nos invita a levantar los ojos al cielo, para buscarla y encontrar su presencia que brilla titilante en las estrellas.

Aunque el llanto palpite en nuestros corazones al constatar su ausencia física, quiero invitarles a recordar la LUZ que, con su bendición, prodigaba a raudales en la vida de todos quienes recibimos su cariño leal, sincero y desinteresado.

Dijo Jesús, “Les dejo la paz. No se inquieten, no tengan miedo, permanezcan unidos a mí”.

Ella, que ahora habita en la Morada del Amor Infinito, está feliz; desde allí, nos mira con ternura y nos acompaña sin tiempo. Y su bendición, que nos sigue cobijando, nos llega como una promesa, como un rayo de Luz, como un arcoíris de esperanza.

Quiero recordar esa frase de Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán que Ella siempre repetía: “No lloréis por mí, que os seré más útil desde el cielo”.

Querida Madre Rosita, hoy estamos aquí, congregados en torno a tu recuerdo. ¡Míranos desde el cielo y danos tu bendición!

GRACIAS.

Hna. Yolanda Caraguay
Priora Provincial

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